«El I Ching ó Libro de las Mutaciones, es el único de los cinco grandes libros canónicos de China, que sobrevivió a la quema decretada por el tirano Ch’in Shih Huang Ti, en el año 213 A.C. Las visicitudes de su composición y de su historia bibliográfica, imprecisan los orígenes absolutos del libro, porque denotan paternidades diferentes a cada parte que lo compone».
Tradicionalmente, se menciona a 4 autores como impulsores del Libro de los Cambios (I ching): Fu Hsi, inventor de los signos lineares (líneas Yin y Yang), que componen los trigramas y hexagramas, el Rey Wen, su hijo, el Duque de Chou, y Kung Fu Tze (Confucio).
Comprende 64 hexagramas, y cada uno habla de una situación diferente, ante una pregunta que le plantee quien lo consulta. Los Chinos consideran que «agentes espirituales» especiales son quienes logran dar la respuesta precisa a lo que la persona desea saber.
El I Ching es un libro sabio, ya que plantea entre líneas, a lo largo de cada uno de los 64 hexagramas, que la persona debe conocerse a sí misma, a fin de que pueda interpretar, y llevar a cabo lo que éste le plantea. Esto significa que no puede ser consultado por personas inmaduras o frívolas.
Este libro es el que más influencia ha tenido en el bagaje espiritual tradicional de los chinos, durante los últimos 3.000 años.
De acuerdo a la filosofía china existe una dualidad universal en sincronía, representada por el Yang (principio celeste), y el Yin (oscuridad). El Yin Yang surge del Tai Chi Tu o «el supremo último» (Supremo Absoluto de la cosmogonía taoísta), y allí están contenidos el Yin y el Yang. El I Ching incluye 64 hexagramas, que son 64 actitudes o contextos humanos. Las líneas de cada hexagrama son posiciones vitales y se manifiestan en celestes u oscuras, como elementos constituyentes aunque contrapuestos y complementarios, igual que el Yin y el Yang. El I Ching pide una identificación de la persona con su tema, ya que la actividad que cada uno realiza es un medio de conocimiento interior. Esto significa que solo conociéndonos y comprometiéndonos, entenderemos.
«El consejo del maestro zen al artista que deseaba pintar al dragón es lapidario:
– No le importe no haber visto tal criatura. Conviértase en ella, transfórmese en un dragón viviente y píntelo. No trate de seguir el molde convencional.
El artista preguntó:
-¿Cómo puedo convertirme en dragón?
-Concentre en eso toda su mente. Llegará el momento en que sienta que debe pintarlo. Ese será el momento en que usted se ha convertido en dragón y el dragón lo impulsará a darle forma»